miércoles, 22 de noviembre de 2017

SOBRE MI PREDICACIÓN: TAMBIÉN SE PUEDE SER MISIONERO ITINERANTE A LOS 80 AÑOS, Fr. Chus Villarroel OP

Me piden compartir alguna experiencia del tipo de predicación que yo realizo. Entre los distintos areópagos -me hace gracia la palabra- en que nos dividen a los predicadores de la provincia para dar testimonio, a mí me han colocado entre los itinerantes que van un poco por libre. Así lo entiendo yo. Voy a hacerlo con mucho gusto.

Desde hace unos cuarenta años vengo pidiendo a mis superiores que me dejen libre para una predicación itinerante. Lo he conseguido ahora a los ochenta, cuando casi no me puedo mover. No me quejo, pienso que hicieron bien. Así he tenido que pasar por una serie de cargos como prior, párroco, maestro de estudiantes, un profesorado continuado y otras cosas menores que me han hecho mucho bien y me han dado experiencia teniendo que cargar con el peso de otros.
 
Sin embargo, con más o menos libertad de movimientos siempre he cultivado la predicación. Lo de la libertad siempre ha sido un anhelo. Ahora mismo estoy temblando porque sólo me permiten novecientas palabras y ya llevo ciento ochenta y dos. Mi predicación ha sido de ejercicios espirituales, charlas, conferencias, novenas etc., en los más diversos foros. A excepción de los jesuitas, creo que no queda ninguna Orden o congregación de cierto peso en la que no haya predicado, en su parte masculina o femenina o en ambas.

Lo que me ha pasado es que casi en ninguna parte donde he predicado me han vuelto a llamar con lo que he podido llegar a más sitios. Las superioras siempre me han pedido que exhortara a sus monjas a ser buenas y a cumplir las constituciones cosa que yo no he hecho. Iba, más bien, a una conversión más profunda. Para ello he predicado un evangelio que pone en cuestión nuestra instalación y aburguesamiento. He proclamado desde el kerigma a un Jesús vivo, resucitado, que actúa en nosotros por medio de su Espíritu Santo.

Donde más he predicado, con otros doce compañeros dominicos, ha sido en la Renovación carismática que es una corriente de gracia en la Iglesia ya con cincuenta años de recorrido. De esos cincuenta, he estado unido a ella algo más de cuarenta y eso me ha permitido hacer camino, entender lo que es un pueblo en marcha y, por tanto, una predicación no sólo comunitaria sino en continuo crecimiento y profundización. Por esa razón me he visto obligado a formular, tarea muy dominicana, muchas de las experiencias nuevas que teníamos a la vista en ese caminar, escribiendo libros y renovando cada día la palabra predicada. Todo lo que he predicado, en lo que llevamos de siglo, lo he grabado por exigencias del mismo pueblo a quien sirvo, de tal manera que, en este momento, sin contar la predicación en la parroquia, ya llevo grabadas en Mp3 unas treinta gigas, lo cual significa al menos cerca de un millar de charlas.

Pienso que una palabra que no crea comunidad no acerca suficientemente a Jesucristo. Y eso sucede con el pueblo y con el predicador. De todo esto uno no sabe nada hasta que no va sucediendo con el paso del tiempo. Pienso que la obra del Espíritu Santo es lenta y respeta las condiciones tanto del predicador como las del pueblo que se está formando. Estoy convencido, eso sí, de que todo dominico que acierte con el lugar adecuado para ejercer el oficio de predicador va a recibir el carisma de la predicación, y no sólo me refiero a los frailes sino también a las monjas y a los terciarios, cada uno a su manera, pero identificándose por una unción de base que se puede retrotraer hasta el mismo Santo Domingo. A mí la predicación, sobre todo la de los carismáticos por hacerse en comunidad y pueblo, me ha hecho descubrir el carisma de la predicación.

La santa predicación de Jesucristo que ejercía Santo Domingo es ahora más urgente que en su tiempo. Entonces había que formar la fe a causa de los herejes y por eso la predicación dominicana era doctrinal pero ahora ha desaparecido la fe en muchos y vivimos en una cultura pagana con lo que la predicación doctrinal ya no hace diana y debe ser cambiada por una kerigmática mucho más incisiva. Ahora no se trata de formar o convencer sino de quebrantar los corazones endurecidos por el ateísmo y el racionalismo. Ahora el Espíritu Santo tiene que implicarse más en la tarea.

Para mí la predicación ha sido dura porque la he centrado en el tema de la gratuidad de la salvación en Cristo Jesús. La suerte es que he tenido varios compañeros dominicos con los que he caminado y llevado el tema adelante. Fuera de eso he tenido que sufrir denuncias y acusaciones por doquier y sobre todo la incomprensión generalizada. El Papa actual en una homilía en Santa Marta el 15 de octubre de 2015 dijo que la doctrina de la gratuidad de la salvación en Cristo Jesús es la verdadera. Con este apoyo pienso que pronto irá cambiando todo.

En estos últimos años lo hago a través de videos en YouTube y en diversas páginas web y digitales. La experiencia es buenísima. Por los testimonios que recibo de todo el mundo, me doy cuenta que la predicación hoy día tiene posibilidades infinitas. Solo me quedan trece palabras: te deseo, lector, que encuentres una buena predicación en tu vida.

jueves, 16 de noviembre de 2017

EL DESAFÍO DE FORMAR JÓVENES MISIONEROS EN MACAO, por Fr. Javier González OP


Macao, ese histórico rincón del Lejano Oriente que para muchos hoy evoca aventura, casinos, luces, glamour y juego… tiene, para nosotros dominicos, un significado muy distinto: es ante todo un lugar… ¡con sabor a misión! 



Viene siendo costumbre para mí en los últimos años dar un curso de un mes en la Universidad de San José, en Macao. Es una invitación anual (a veces semestral) que acepto con gusto porque me brinda la oportunidad de enseñar, práctica muy ligada a nuestro carisma dominicano.  Tanto es así que se ha convertido para mí en una pequeña experiencia de predicación.

 
Mis clases tienen lugar en el antiguo Seminario de San José, un edificio majestuoso, ligado a la historia de la Iglesia en Asia y a las misiones de China continental.

 
Cada mañana, con mi ordenador al hombro, camino desde nuestro convento de Santo Domingo al Seminario. Es un paseo agradable por las angostas calles de lo que hasta hace poco fue colonia portuguesa. A mi paso por el casco histórico de la ciudad dejo a un lado la catedral, las ruinas de San Pablo, la iglesia de Santo Domingo, el Leal Senado y otros edificios coloniales, cuya belleza y ubicación me obligan invariablemente a levantar la vista y contemplarlos. Por un momento me sacan de mis pensamientos y me recuerdan dónde estoy.

 
Mirando la fachada de la Iglesia de Santo Domingo, la más antigua de Macao, me quedo admirado de su hermosura; pero aún más me cautiva el embrujo de su entorno: imagino a frailes dominicos en sus hábitos entrando y saliendo desde 1587, fecha en que se terminó su construcción, supervisada por tres dominicos españoles. Me adentro en ella y veo por doquier símbolos dominicanos (Santo Domingo, la Virgen del Rosario, emblemas, etc.) que la convierten para mí en algo entrañable, algo mío, que me hace sentir en casa.

 
¡Qué privilegio para nosotros, dominicos, estar hoy en Macao! Una presencia soñada por nuestros mayores, algunos todavía conocidos por mí, que murieron sin poder entonar su nunc dimittis, algo que hoy sí hubieran hecho con emoción si hubieran visto nuestro estudiantado con jóvenes de distintos países en su hábito dominicano, estudiantes preparándose para ser misioneros tras la huella de Domingo de Guzmán…

 
Pensando en esos jóvenes y mirando al reloj subo la empinada cuesta que conduce al Seminario. Pronto aparece ante mis ojos la forja de la entrada.  Dentro del patio están ya algunos estudiantes, los más madrugadores, esperando la llegada de sus profesores y el comienzo de las clases. Algunos de ellos son nuestros hermanos dominicos; otros, diocesanos o de alguna congregación; hay también aspirantes dominicas de varias nacionalidades, sobre todo de Myanmar y de Timor Leste… En total, un puñado todos ellos, no muchos. Me alegra ver sus caras sonrientes. Saben que están preparándose para su futura misión de predicadores. Al acabar sus estudios irán a distintos países, pero “enviados”, que es lo que les convierte en misioneros.

 

Durante la clase tratan de mantener su atención: la mayoría lo logra, bien sea tomando notas o haciendo preguntas; a algún otro le cuesta concentrarse. Es comprensible que a veces no puedan impedir a su mente volar a sus países y pensar en sus seres queridos: padres, hermanos, amigos, casa y tierra que allá dejaron… Pero estos jóvenes misioneros han hecho una opción en su vida; y su vista está puesta en el horizonte. El estudio, las clases, los libros…, son bártulos imprescindibles en su camino.

 

A media mañana hacemos una pausa. Es hora de cambiar de aire y de tomarnos un café junto con algunos otros estudiantes y profesores. Después reanudamos la clase hasta el mediodía. “¿Qué les quedará de esta experiencia académica?”, me pregunto. Y me respondo: Olvidarán seguro lo que han oído en clase, pero les quedará un poso de conocimientos que luego se traducirá en cultura, en competencia, en libertad, en autoconfianza. Junto con un recuerdo imborrable: ¡los años estudiantiles no se olvidan!

 

Es tiempo para mí de volver a casa para reunirme con mi comunidad, descansar un poco y preparar las clases del día siguiente. Cuesta abajo, diviso por encima del contorno colonial grandes edificios con nombres de hoteles, casinos (¡estamos en la meca del juego!) y la inconfundible Torre de Macao, desde cuya cima (338 metros) muchos aficionados encuentran sus delicias en arrojarse al vacío sabiendo que antes de tocar el suelo una cuerda va a permitirles repetir la proeza. Dicen que el thrilling de la caída causa adicción.  Yo desde luego no pienso darle una oportunidad. 

 

En mi camino hacia casa el adoquinado de las callejuelas céntricas de la ciudad, en subida y bajada, me trae memorias de héroes, de mártires, de tantos misioneros que las cruzaron en su camino hacia China para difundir el evangelio. El rastro de San Francisco Javier, fallecido a 60 kilómetros de esta ciudad, sigue visible. Mis pensamientos ahora vuelven a su cauce: a mi vida, a la clase de mañana, a los correos electrónicos que esperan respuesta, a los retos acuciantes que hoy tiene la Orden… Todo aparece urgente e importante. Pero para mí nada lo es tanto como el momento presente: esta experiencia humilde y sencilla de estar un tiempo en Macao formando jóvenes, futuros misioneros, predicadores del Evangelio que a su tiempo serán enviados por el mundo. Son hoy un grano de mostaza que Dios está haciendo germinar; una pequeña siembra que tenemos que regar…

 

Al compartir esta experiencia pienso en los jóvenes lectores de AMANECER, algunos tal vez con inquietud vocacional: ¿alguien se apunta a esta aventura misionera? Pienso también en mis hermanos dominicos, algunos con horizontes ya casi apagados: ¿por qué no darle una nueva oportunidad a nuestra fe y a nuestra vida consagrada? ¿Por qué no dejarle a Dios que transforme nuestras actividades diarias en pequeñas historias de predicación?